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Viaje a la Noruega ártica: paisajes de ensueño en las islas Lofoten y Vesteralen

Este invierno descubrimos un auténtico paraíso natural en Noruega. Viajamos por encima del Círculo Polar Ártico rumbo a las islas Lofoten y Vesteralen. De la mano de Tierras Polares, durante una semana, recorrimos en furgoneta, a través de vertiginosos puentes y túneles submarinos, varias de las islas que conforman estos dos archipiélagos. Sinceramente, nosotros únicamente buscábamos auroras boreales, pero en este viaje encontramos mucho más. Encontramos unos paisajes espectaculares, escarpados acantilados cubiertos por nieve sobre playas desiertas de agua cristalina, fiordos semi-helados cobijados por inmensas montañas y pequeños pueblos pesqueros de postal. Hicimos trekkings en entornos de belleza espectacular, a pie o con raquetas; incluso cruzamos a la vecina Suecia para recorrer varios kilómetros de parque natural en trineo de perros. Y cada noche para finalizar, tras un descanso y una suculenta cena en confortables cabañas nórdicas, nos dejamos hipnotizar por la magia de las luces del norte.


Llegamos vía Oslo al aeropuerto de Harstad/Narvik-Evenes y dormimos en la bahía de Bogen, a orillas del gran fiordo Ofotfjord.

Comenzamos nuestra ruta hacia el oeste a través de la E-10, la «Norwegian Scenic Route Lofoten», que sería nuestra guía, con numerosas paradas y desvíos, durante la mayor parte del viaje. Pocos minutos de recorrido bastaron para dejarnos sin palabras. Nos adentramos entre lagos, fiordos, playas y montañas nevadas en unos parajes de suma belleza.

Tomamos nuestro primer desvío hacia las islas Vesteralen donde brevemente pero de cerca, conocimos el pueblo sami. Pero esto ya lo explicaremos en otro post. Pasando de isla en isla, bajo un delicioso sol de invierno, hicimos una parada en la «ciudad azul» de Sortland. De camino, también pudimos ver atracado un barco del legendario Hurtigruten. Fueron originariamente creados para transportar correo, pero 125 años más tarde, los cruceros de Hurtigruten se han convertido en toda una experiencia de viaje. Recorren durante seis días, de Bergen a Kirkenes, la exuberante costa noruega. Finalmente en Melbu, nos embarcamos en un ferry para navegar hacia las islas Lofoten.

Esa noche nos caldeamos en la sauna y cenamos un salmón impresionante, pero previamente, hicimos una pequeña parada en el camino para deleitarnos con la luz del atardecer en el mirador Austnesfjorden. Es un lugar tan especial que al día siguiente, al amanecer, regresamos para observar la primera luz del día.

La siguiente jornada la dedicamos a visitar diferentes pueblos pesqueros a lo largo de la E-10. Nos detuvimos en Svolvaer, capital de las islas y tierra de artistas, escaladores y marineros. Es una ciudad donde abundan las galerías de arte. Los artistas acuden atraídos por la magia de las luces y colores de los paisajes de la zona.

Cubiertas por nieve o no, las imponentes paredes verticales de las islas también seducen a los más intrépidos escaladores. La «cabra de Svolvaer» o monte Svolvaergeita se ha convertido en símbolo y «reto» de la ciudad.

En Svolvaer también pudimos ver de cerca grandes secaderos de Skrei, considerado el mejor bacalao del mundo. Entre enero y abril, cada año, multitud de bacalao llega a desovar a las cálidas aguas de las Lofoten. Es una especie nómada que procede de las frías aguas del Mar de Barents en el océano Ártico. Más de mil kilómetros de viaje proporcionan a este bacalao salvaje sus cualidades únicas. Su carne firme y jugosa, sus huevas, hígado y lengua, son manjares muy apreciados entre los gourmets. De hecho, el Skrei, es la base de la economía de gran parte de los habitantes de las islas. Cuando se deja secar se denomina tørrfisk. Recientemente apareció en prensa un artículo muy interesante sobre «los niños cortadores de lenguas» y la pesca del bacalao en las Lofoten. Si quieres leerlo pincha aquí.

Durante siglos, uno de los pueblos pesqueros más importantes de la zona fue Kabelvåg. Allá se ubicó cientos de años atrás Vågar, la primera población conocida del norte de Noruega. En el siglo XII, el rey Øystein erigió con los impuestos cobrados a los pescadores la iglesia de Vågan, hoy también conocida como la Catedral de Lofoten. El mismo rey construyó los primeros «rorbuer» o alojamientos temporales para pescadores. Estas casitas rojas de madera tienen parte de su base en tierra y la otra parte sobre pilones directamente en el agua. Hoy en día, están acondicionadas y principalmente destinadas para el uso turístico.

Mientras caía la única nevada que tuvimos durante el viaje, visitamos el Museo Vikingo de Lofotr, en el pequeño pueblo de Borg. Aquí se encontraron en los años 80 los restos de una inmensa casa comunal vikinga. Se puede visitar un interesante museo sobre el pueblo vikingo y una reconstrucción de la gran casa. Con sus 83 metros de largo está detalladamente ambientada.  A través de diferentes habitaciones, se recrean a la perfección la vida, costumbres y creencias del temible pueblo nativo escandinavo.

Paramos para disfrutar de las panorámicas en Napp y Vareid, así como en el diminuto pueblo pesquero de Nusfjord.

Tuvimos la suerte de poder entrar a la bonita parroquia de Flakstad donde un amable vecino nos relató historias y anécdotas acerca de la iglesia.

Esa noche descansamos en unos acogedores rorbuer en un entorno idílico en el pequeño pueblo pesquero de Hamnøy. Por la mañana, desde un puente cercano, disfrutamos de unas vistas espectaculares de la zona.

Muy cerca y saltando de puente en puente llegamos a Reine, considerado para muchos el pueblo más hermoso de las Lofoten e incluso de toda Noruega.  Visitamos pequeñas aldeas costeras, a cada cual más encantadora. Fotografiamos las casitas amarillas de Sakrisøy y de Tind y paseamos por las calles de Å, el pueblo pesquero habitado más extremo de las islas Lofoten.

No obstante, el mayor obsequio del día fue el trekking a la playa de Kvalvika. Es una excursión fácil y agradable a través de un collado. Sin embargo, la nieve recién caída añadió bastante dificultad al ascenso y llegamos cansados a la playa. Las vistas sin duda, hicieron que la caminata mereciera la pena. Seguramente es una de las playas más bonitas que hemos visto hasta el momento. Grandiosa, de arena clara y aguas esmeralda, se enfrente al mar abierto entre colosales montañas de granito.

De vuelta, al atardecer, visitamos otras playas que nos ofrecieron paisajes igual de impresionantes.

La noche la pasamos en el pintoresco pueblo de Henningsvær. También conocida como «la Venecia del Norte» es una localidad que sin duda merece la pena visitar. Compuesta por numerosas islas, puentes y canales, aún siendo pequeña resulta totalmente inolvidable.

Ya deshaciendo camino en la E-10, regresamos a las islas Vesteralen, concretamente a la isla de Hinnøya, para explorar con ayuda de raquetas, el Parque Nacional de Møysalen. Pequeño y relativamente moderno, se creó para preservar inalterado el singular paisaje alpino costero de Noruega. El parque nacional rodea la majestuosa montaña de Møysalen, de 1262 metros de altura, y las montañas de la zona son popularmente conocidas como los Alpes de Vesteralen. El parque abarca desde pantanos, humedales, árboles frutales y bosques de abedules hasta glaciares y montañas alpinas. Es uno de los pocos parques nacionales de Noruega que llega hasta el nivel del mar y varios fiordos se encuentran incluidos dentro de él. No tuvimos la suerte de ver alces pero hallamos sus huellas, así como las de zorros y liebres árticas.

La siguiente mañana ya nos despertamos en la «Noruega continental», a los pies del puente de Tjeldsundbrua, en unas espaciosas cabañas rojas de madera a orillas de un fiordo. Fueron nuestro alojamiento de las dos últimas noches.

El último día atravesamos hacia el este la bahía de Bogen para cruzar la frontera y adentrarnos en la Laponia sueca, concretamente en el Parque Nacional de Abisko, el más antiguo y unos de los más importantes del país. Bordeamos el profundo lago Torneträsk y llegamos a Kiruna, la ciudad más septentrional de toda Suecia. 

Entre tanta belleza natural, fue chocante ver a lo lejos el paisaje post-apocalíptico de las minas de Kiruna. La extracción de hierro es la industria principal de la zona y lo ha sido durante muchísimos años. Durante la Segunda Guerra Mundial, el mineral era enviado en tren hacia la costa este y de allí a Alemania, para apoyar la industria de guerra nazi. Obviamente, esto fue causante de numerosos conflictos y enfrentamientos en la zona. Hoy en día, las minas siguen alimentando a la población pero a su vez, provocan el hundimiento del terreno, con lo que la ciudad se ve obligada a trasladarse en los próximos años.

Paramos en el Icehotel, el primer hotel de hielo del mundo, antes de emprender una de las experiencias más bonitas del viaje.

Realizamos un recorrido a través de los bosques nevados del parque natural en trineo de perro. Cada grupo de perros arrastró imparable una o dos personas sobre el manto blanco de Laponia. Fue una manera insuperable de finalizar nuestro gran viaje de invierno.



Nunca olvidaremos las imágenes que este viaje nos ha regalado. Nada de esto hubiera sido posible sin los conocimientos, la ilusión y la alegría de Patricia, nuestra guía de Tierras Polares.

Jeju, la isla volcánica de Corea

Sentíamos que nuestro viaje a Corea no estaría completo sin visitar la isla de Jeju, una de las Siete maravillas naturales del mundo. Ubicada al sur de la península coreana, Jeju es la isla de mayor tamaño del país. De superficie similar a Tenerife, también comparte con la isla canaria el origen volcánico, la riqueza natural y la existencia de un gran cráter en el centro. Nuestro interés por visitar Jeju fue en aumento a medida que recibíamos opiniones sobre la isla totalmente dispares. Mientras las guías y algunas personas nos la recomendaban fervientemente, otras nos transmitieron su rechazo y decepción. De cualquiera de las maneras, Jeju es una isla de contrastes, pequeña pero con mucho que ofrecer.

Jeju es un destino extremadamente popular entre los coreanos, tradicionalmente destino de luna de miel. Dispone de una conexión excelente con el continente, tanto con Corea (vuelos aproximadamente cada 15 minutos!) como con el resto de países asiáticos. La isla ha explotado su potencial al máximo y hoy en día, ofrece atracciones para todos los gustos. Es por ello que se ha convertido en uno de los destinos favoritos para parejas, pero también para familias, amigos o viajeros en solitario.

De origen volcánico, acoge el pico más alto de Corea del sur, el Hallasan, y es una buena opción para los más montañeros. Además, para los amantes del senderismo, todo el perímetro de la isla conforma el «Jeju Olle Trail«, 21 rutas diferentes para completar los 422 km del camino circular completo. La isla ofrece otras muchas atracciones naturales como el Manjanggul, uno de los tubos de lava (cueva volcánica) más largos del mundo; el Cráter de Sangumburi; la formación volcánica de Seongsan Ilchulbong, lugar popular para ver la salida del sol (foto de portada);  diferentes cascadas, formaciones rocosas o varias playas destacables como la de Hyeop-jae, especialmente bonita por el contraste entre la arena blanca, las rocas negras volcánicas y el agua turquesa.

Además, la isla, posee su cultura, lenguaje y tradiciones propias, bien diferenciadas de las de la Corea continental. Por ejemplo, la estructura familiar matriarcal que se ha desarrollado en la isla durante siglos, a pesar de las presiones confucianistas del continente. El ejemplo más claro de esta estructura son las haenyeo o «mujeres del mar», que fueron las mujeres encargadas de sustentar la economía familiar mediante la pesca submarina a pulmón. Otra característica cultural de la isla son los dol hareubangs o «abuelos de piedra», estatuas alargadas esculpidas en basalto que ofrecen protección y fertilidad a los habitantes. También son tradicionales las bangsatap, pequeñas torres redondas compuestas por piedras apiladas que se construían cerca de los pueblos para  atraer la buena suerte.

En contraposición a todos estos atractivos, diferentes factores han hecho que Jeju esté perdiendo su encanto en los últimos años. Apenas a dos horas en avión, los chinos han llegado en masa a la isla a invertir su dinero en grandes complejos hoteleros, casinos, restaurantes y atracciones turísticas. Los habitantes de Jeju no los han recibido con buenos ojos ya que las ganancias no se quedan en la isla.  Contagiados por esta fiebre de construir y hacer dinero, han abierto en Jeju todo tipo de museos y parques temáticos, algunos de lo más bizarros:  el «Jeju Loveland» un parque temático del sexo, el Museo de Osos de Peluche, el Museo de Arte Africano, el  Laberinto de Kimnyoung, Museo de la Mitología, Museo de DaVinci, Museo del Chocolate, Museo del Té Verde, Museo de Hello Kitty, Museo del Vidrio, Museo de K-Pop, Museo de mecheros Zippo y otros muchos más.

Nosotros, con apenas 4 días disponibles en la isla, sacamos el mayor partido y visitamos lugares bonitos e inolvidables.

La isla tiene dos ciudades principales: la Ciudad de Jeju al norte, capital de provincia, la de mayor tamaño pero en realidad con poco que merezca la pena visitar; y la ciudad de Seogwipo al sur. Aunque la isla es pequeña, el transporte público en autobús resulta sorprendentemente lento, por lo que creemos que es totalmente recomendable alquilar un coche para recorrerla. Si como en nuestro caso no es posible, es aconsejable alojarse en una de las dos ciudades y tomarla como punto base para las excursiones. Nosotros decidimos pasar la mayor parte del tiempo en Seogwipo.

Seogwipo es una pequeña ciudad costera sureña que, a diferencia de Jeju City, queda libre de la gran sombra que proyecta el monte Hallasan cada tarde hacia el norte. Es una ciudad soleada y agradable, donde los mandarinos crecen en los alrededores pero también entre las calles. Nos alojamos muy cerca del Mercado Tradicional Olle y probamos deliciosas maneras de cocinar el pez sable en un restaurante muy auténtico. De postre, como no, montones y montones de mandarinas.

La ciudad está flanqueada por dos bonitas cascadas. Al oeste, visitamos de noche la más corta pero también más ancha cascada de Cheonjiyeon. Fue aquí donde vimos los primeros hareubangs o «abuelos de piedra» de la isla. Al este, se precipita imponente la gran cascada de Jeongbang. Con 23 metros de altura es la única cascada de Asia que cae directamente en el océano.

Una de las mejores excursiones fue la que hicimos a la pequeña isla de Udo. En el extremo este de Jeju, se encuentra el pueblo costero de Seongsan, que acoge la espectacular caldera de Ilchulbong. Nosotros no tuvimos tiempo de visitarla, pero nos dirigimos al puerto para coger el ferry a Udo. Udo es una isla minúscula, poco poblada y auténtica, con verdes acantilados y playas de aguas claras. Los parcelas están delimitadas por un vallado tradicional de piedra volcánica denominado batdam. También pueden verse torres bangsatap y túmulos funerarios en los campos. Nosotros alquilamos un tándem y recorrimos en equipo los caminos y prados de la isla.  El fruto típico que se cultiva en las tierras de Udo es el cacahuete y lo probamos en delicioso helado.

Sin duda, lo que hace a Udo excepcional son las «mujeres del mar». Desde el siglo XIX, las mujeres han sido las encargadas de mantener la economía familiar de la isla mediante la pesca submarina en apnea. Vimos desde la costa como las haenyeo se sumergían una y otra vez, y como en pequeños grupos recogían los peces, erizos y mariscos de del día. Sin embargo, las jóvenes de Jeju no han seguido sus pasos y la mayoría son veteranas, algunas ancianas y se teme que en pocos años puedan llegar a desaparecer.

Al oeste de Seogwipo visitamos el templo budista de Yakcheonsa. No por su antigüedad, merece la pena visitarlo por su belleza y grandiosidad. Se cree que posee uno de los Hall Dharma más grandes de Asia, con cuatro plantas, miles de figuras doradas de buda y un enorme Buda Vairochana en el centro. En otro hall anexo pueden verse todavía más budas, más de quinientos, cada uno diferente, a cada cuál más curioso, incluso a veces perturbador.

Muy cerca del templo, en el mar, se encuentran las formaciones de Jusangjeolli. Muy similares a la Calzada de los Gigantes en la costa irlandesa, las olas chocan incesantes contra estas columnas hexagonales de basalto. Estas bonitas creaciones se originaron cuando la lava de una de las muchas explosiones volcánicas de Jeju se puso en contacto con el agua del mar. Pueden admirarse desde plataformas que bordean la línea de la costa.

Jeju fue la última parada de nuestro viaje a Corea y nos dejó absolutamente con muy buenas sensaciones.

Busan, la metrópoli del mar en Corea

En el extremo sureste de Corea se encuentra Busan, abierta al mar y al resto del mundo. Es la segunda ciudad del país pero para muchos, la favorita. Más próxima a Japón que a Seúl, Busan es una ciudad acogedora, luminosa, cálida, llena de vida. Tiene menos puntos turísticos que Seúl y es fácil de recorrer. Es una ciudad para perderse en sus calles y mercados, caminando sin rumbo.

La zona de Busan probablemente más popular es la de la playa de Haeundae. Con apenas 2 km de longitud, esta playa entusiasma a los coreanos. Lejos de parecer paradisiaca, en verano se abarrota de gente. Por suerte, la visitamos en otoño y pudimos dar agradables paseos tanto de noche como de día por la orilla del mar.

Haeundae es un distrito caro donde proliferan los hoteles y apartamentos de lujo, pero también abundan los hostels baratos y de precio medio. En la visita a Busan recomendamos alojarse en uno de ellos ya que el ambiente nocturno y la oferta de restaurantes son muy buenos. Nosotros acertamos con el Good Day Mate. Es en Haeundae donde se celebra cada año el Festival de Cine Internacional de Busan, uno de los festivales de cine más importantes de Asia. En nuestro viaje coincidimos con un pequeño festival local y cada día teníamos animación en la calle con espectáculos, concursos y cabinas gratuitas de karaoke.

El centro de Busan se encuentra en el otro extremo, como a 30 minutos en metro de Haeundae. Denominado Jung-gu, abarca toda la zona comprendida entre la Estación Central y el Mercado de Pescado de Jagalchi.

El Mercado de Pescado de Jagalchi es el más grande y popular de todo el país. Enorme, es una de la atracciones principales de la ciudad. Cada octubre se celebra su propio festival. Se pueden comprar y degustar todo tipo de pescados y mariscos. El recinto principal está compuesto por varias plantas donde se vende el pescado y se consume en los restaurantes; pero también dispone de karaoke, salas de fiestas, hotel y observatorio.

En los alrededores, el mercado se expande a través de decenas de calles en las que las «ajjuma de Jagalchi», término con el que se conoce a las mujeres vendedoras, ofrecen todo tipo de productos de mar. Nos lo pasamos realmente bien recorriendo las calles y pabellones. Los puestos de pescado desecado se suceden entre tanques de agua habitados por pulpos, anguilas, cangrejos, peces pene (sí, así es cómo se les llama…), gambas y orejas de mar. En un mini-restaurante regentado por una simpática coreana pudimos cumplir uno de los retos propuestos para el viaje, comer pulpo vivo. El sannakji es un plato típico coreano en el que un pulpo pequeño se trocea y se sirve inmediatamente apenas condimentado con aceite, alga y semillas de sésamo. Los trozos del pulpo siguen retorciéndose mientras se come. Se aconseja masticarlos bien antes de tragarlos ya que las ventosas de los tentáculos siguen activas y pueden provocar asfixia si se adhieren en la vía respiratoria.


Después de tan suculentos manjares, nos dirigimos hacia la estación central a través de calles repletas de mercadillos y galerías comerciales subterráneas. En lo alto, siempre se halla presente la Torre de Busan.

Adyacentes a la estación, se encuentran dos calles muy curiosas y animadas: la Shanghai Street, la «Chinatown» de Busan con su decoración y restaurantes típicos; y la Texas Street, que en realidad está repleta de locales rusos y filipinos, algunos de dudosa reputación.

En un par de días dimos por terminada nuestra visita a Busan y nos dirigimos al aeropuerto para coger un vuelo rumbo a la isla de Jeju.

Gangwon, parajes de mar y montaña en Corea

Proseguimos nuestro viaje para conocer Gangwon, la provincia de Corea del Sur más grande pero menos poblada, un territorio verde y frondoso, con elevados picos, lagos y parques naturales. Es un lugar que atrae montañeros y esquiadores pero también turistas de mar y playa. Enclavada en el extremo nordeste del país, parte de la provincia se sitúa por encima del paralelo 38º, con lo que durante muchos años han estado unidos a las tierras de Corea del Norte. Hoy en día, Gangwon queda limitada al norte por la impenetrable DMZ y el Mar del Este.

Llegamos de Seúl en autobús a Sokcho, la ciudad más al norte de Corea del Sur. Sokcho es una pequeña localidad bastante fea pero perfecta como base para explorar el parque natural más popular de Corea, el de Seoraksan. Además, ofrece un montón de posibilidades gastronómicas. Probamos diferentes platos tradicionales coreanos y disfrutamos deambulando en el gran mercado de pescado y marisco.

Es especialmente interesante el distrito de Cheong-Ho. A orillas del mar, cerca del puerto, acoge el antiguo poblado de Abai. Abai es hogar de refugiados norcoreanos que escaparon al sur durante la Guerra de Corea y que tras la construcción de la DMZ, nunca más pudieron volver a sus pueblos natales. En dialecto, Abai quiere decir «persona mayor» y se refiere a la avanzada edad de sus habitantes. Para llegar al poblado desde el centro de la ciudad, hay que coger un servicio de ferry un tanto arcaico. Viven de la pesca y de la famosa especialidad culinaria local: el Abai Sundae. Se trata de un calamar o morcilla relleno de noodles, tofu y vegetales. Puede sonar una mezcla extraña pero a nosotros nos pareció riquísimo.

Desde Sokcho es muy fácil acceder al Parque Nacional de Seoraksan en autobús de línea, en apenas media hora. Seoraksan es extremadamente popular entre los coreanos y más aún en la época de la hoja roja del otoño. Al ser uno de los parques más elevados del país, habitualmente es de los primeros en desplegar el espectáculo de los rojos, amarillos y naranjas del otoño. El arce japonés (nativo de Japón y de Corea del Sur) se convierte en protagonista principal y atrae a multitud de admiradores.

Muy cerca de la entrada principal del parque es posible coger un teleférico que asciende a uno de los picos cercanos. Las vistas son espléndidas, con el parque y sus cimas rocosas a un lado y la ciudad de Sokcho y el Mar del Este (de Japón) al otro.

A pocos minutos del acceso, también es posible visitar un bonito templo que, como en todos los países de tradición budista, se integra en plena naturaleza a la perfección. En el camino al templo de Sinheungsa reposa una colosal estatua de Buda de bronce. Tras ella, un bonito puente da acceso al templo que queda custodiado por cuatro Cheonwang o reyes, con una espada, un laúd, una torre y un dragón en sus manos.

Continuando con nuestro viaje, dejamos Sokcho para dirigirnos a Jeongdongjin. Para ello, cogimos un autobús y dejamos a un lado el condado de Pyeongchang, que en poco más de un mes será famoso porque acogerá los Juegos Olímpicos de Invierno 2018.

Las mascotas de los JJOO de Invierno de PyeongChang

Jeongdongjin es un pequeño pueblo costero típico coreano con restaurantes de sashimi, anguila y marisco. Por supuesto disfrutamos de estas delicias, pero lo que realmente nos atrajo fue el paisaje único y surrealista de su costa. Colgado precariamente de un acantilado, a 165 metros sobre el mar, destaca imponente un gran barco. En realidad, esa bizarra estructura es un hotel, el Sun Cruise Hotel. Se ha convertido en atracción turística y es posible visitarlo. Las vistas desde lo alto son espectaculares y se puede admirar la puesta de sol desde un mirador o en la cafetería giratoria de la planta superior.

Los amaneceres también son populares en Jeongdongjin, concretamente desde la estación de tren. Según el Libro Guinness de los récords es la estación de tren más cercana al mar en el mundo y atrae a cientos de coreanos cada año. Cuando finaliza el año, se gira puntualmente el gigantesco reloj de arena que yace en un parque cercano y la multitud acude a la estación de tren a contemplar la primera salida del sol del Año Nuevo. Nosotros partimos desde aquí hacia la histórica ciudad de Andong.